por Ernesto Reyes
Nadie tiene más de tres o cuatro
golpes de pincel por rostro
nadie
Ni siquiera quien
se ha esforzado por
hablar con muecas como
el ser más torbo,
abandonar de una vez
la letra
su semántica de
sombras
Recorridos todos los estudios de fotografía
donde todavía hay retratos
pintados con la luz de un corto instante
óvalos rugosos rectángulos risibles
alcanzados por la mancha segadora de Atenea
donde ahora viven algunos pares de ojos
unas narices
por encima de un atisbo de
sonrisa
resplandeciente bajo una capa
casi imperceptible de
efímero barniz:
Nada más que la plata que sacrifica
⎯más por fuerza que por gusto⎯
su brillo eterno y mineral
a cambio de revelar otro
más opaco y a todas luces animal:
la faz del ser
que solo ha de aspirar
a vivir en semejanza
de un padre semi eterno
cuyo rostro no verá.