DE ANDREA FISCHER
Una tela blanca
se desploma en la oscuridad.
Cae,
con el peso de sus propios
pliegues.
Desdoblándose,
―Resbalándose―
en la ráfaga incierta
de las sombras.
Se enreda
en su propio entramado
cada vez más
rápida,
con el vértigo que la desintegra.