De Alberto Ibarrola Oyón
La amistad es un bello lazo musical
que promete exóticos viajes de sonrisas
en la laboriosa realidad de sables quebrados
por los combates diarios de guerreros sanguinarios.
La amistad es una magnolia enamorada
que invita y ofrece un delicado sabor
de vinos, naranjas y azafranes inducidos.
La soledad existe y acompaña en la noche maldita,
es el pasado de un hombre que huye de sí mismo,
que esconde los recuerdos en un fango de cerrojos
para que no le atormenten con sus deformes extremidades
aquellos que dedican sus risas tendenciosas
a los cantos voluptuosos de los canoros jilgueros.
La soledad es una hermosa doncella ruborizada
pero cruel, perversa y profundamente despiadada,
que sueña en su atrayente locura idolátrica
aniquilar la voluntad rendida de su amante
que, engañado, sólo percibe sus sensuales encantos
y no considera su corazón de serpientes asesinas.
El amor humano es un rubí de lunas llenas de primavera
que se amarra con acero forjado en la fragua de la noche
a los nichos floridos de un lazo pretencioso,
que aúna las voces quebradas de ciegos que se buscan
en la luz de una ficción que ofrece visiones encarnadas.
El amor humano es una colina de flores no clasificadas
que juegan con los obstáculos insalvables
de un calor engañado en el silencioso mar,
es el beso de un poema que sufre, llora y gime
por la muerte de los senos de una mariposa envidiada.
La amistad, la soledad, el amor humano,
vanos recuerdos de una existencia imaginaria
que viaja en las nubes de una fiebre necesaria.