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DE MARIA ELENA SARMIENTO

 

La pulga que vive en el papel es un animalito muy peculiar,

diminuto, submicroscópico y en estado vegetativo cuando la

hoja está en blanco. Por alguna extraña razón, conforme la tinta

entra en contacto con ella, se va tiñendo del color del espíritu de

las palabras que se imprimen. Entonces, el bicho se ensancha,

los pelos de su cuerpo se erizan y se queda al acecho del primer

incauto que levante el documento para leerlo.

La pulga, siempre alerta, inyecta entonces al sujeto una

sustancia de textura amorfa y difícil de visualizar. Es una mezcla

de las ideas que sustrajo de los textos y de su propia simiente.

A través del torrente sanguíneo, la pasta parasitaria recorre el

cuerpo y todos los órganos del ingenuo lector sufren pequeñas

mutaciones.

El cuerpo humano es terreno fértil para el crecimiento

de nuevas pulgas que, una vez desarrolladas ahí, se mezclan con

otras que han llegado con anterioridad y en las entrañas de la

persona se desarrollan aventuras, romances y tragedias de las que

no es consciente.

Hay pulgas más eficientes que otras. Algunas son tan

poderosas que logran cambiar los puntos de vista de su víctima,

otras, su estado de ánimo, algunas lo hacen pensar y repensar

una idea. Después de estar en contacto con cientos o miles de

pulgas de papel, los ilusos humanos van por la vida creyendo que

tienen ideas propias. ¡Ja! Las pulgas se burlan de nosotros.

No sé si los libros electrónicos tengan algún medio de

contagio similar, pero por si las moscas (o tal vez debería de decir:

por si las pulgas), creo que voy a cambiar mi manera de leer.