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DE ENRIQUE HECTOR GONZALEZ

I

Una oruga arrugó los ojos para detenerse en la hoja donde otros

bichos vandalizaban una gota de lluvia con lujo de ignominia

 

II

Estaba en el jardín de su casa: se acercó al árbol de naranjo que,

en el centro del vivero, irradiaba luz de lluvia: aproximó la cara a

una hoja, donde las gotas se habían acumulado en burbujas de

tamaños diversos. De pronto sintió que alguien le hablaba; viró

la cabeza hacia atrás. Silencio. Volvió la mirada a la hoja, se

puso los lentes, miró con atención una gota donde, al parecer, un

cónclave de gusanos destrozaba todo a su paso.

 

III

Lloví. Caí sobre un árbol, me deshice en millones de gotas que se

dispersaron en cientos de hojas. Ah, mis hijas: una de ellas iba a

perecer del modo más ruin. Paré de llover. Me llamo agua.