por porescrito | Sep 18, 2017 | Voces
de Beatriz González Rubín
Hoy, en el lugar donde me encuentro, siento la imperiosa
necesidad de narrar mi historia; en parte para desahogar
mi alma atormentada, pero principalmente para prevenir a
aquellas personas que, como yo lo he hecho, se mofan de los
mitos e historias inexplicables y se consideran escépticos.
Todo comenzó cuando cayó en mis manos el libro Los Mitos
de Cthulhu, una antología de relatos de H. P. Lovecraft y otros
escritores fanáticos de lo mítico y lo oculto. Lovecraft es uno de
los maestros del terror moderno: describió las sensaciones más
espantosas a las que se puede enfrentar un ser humano.
En muchas de sus narraciones habla de un libro: El
Necronomicon, inventado por él para efecto de sus relatos; esto es
lo que cree todo mundo, pero la realidad, Dios no quisiera que
fuera de esta manera, es otra.
Al leer Los Mitos de Cthulhu, me interesé en el esoterismo:
mi intención era desenmascarar a todos aquellos charlatanes
que hablan de demonios y seres horripilantes que reinan en un
mundo más allá de lo que el ser humano es capaz de percibir.
Una noche, al regresar a mi departamento, el portero me entregó
un paquete envuelto en papel de estraza. Era sumamente pesado
y voluminoso. No me dio razón del portador del mismo, pues
según me dijo, lo recibió su hijo. El pequeño tampoco pudo
decirme más, solamente explicó que el hombre que lo dejó,
vestía de negro y le pidió hacerlo llegar a mis manos.
Sorprendido, subí a mi apartamento. Una extraña Lentamente fue apareciendo ante mí un inmenso libro, antiguo
y mohoso, encuadernado en pesadas cubiertas de piel con cierres
herrumbrosos. En el lomo se apreciaban cinco nervios, en el
centro tenía un grabado de dos víboras entrelazadas.
Un miedo inexplicable se apoderó de mí. No sabía qué
clase de libro era aquél, nunca había tenido entre mis manos algo
semejante.
Con mucho trabajo pude abrir los cierres de hierro; las
hojas eran de pergamino, amarillentas por el paso del tiempo. Al
pasar a la segunda página, la sangre se me heló, ante mí aparecía
en letras góticas el título del libro:
El Necronomicon (Al Azif)
de Abdul Alhazred.
y por debajo de este patético nombre en letras más pequeñas:
Traducción del griego por
Olaus Wormius
Toledo 1647
Como hipnotizado comencé a leer el macabro ejemplar.
Me sentía atrapado: no sé cuánto tiempo pasó, no sé cuántos
horrores me fueron revelados, situaciones monstruosas que me
encogieron el corazón. Desfallecido por las emociones vividas caí
en un inquietante sueño en el cual seres grotescos danzaban a mí
alrededor presagiando mi triste desenlace.
Cuando desperté, el libro había desaparecido, lo busqué
como un loco hasta darme por vencido.
La única salida que tenía era alertar al mundo de los
horrores que lo acechan, nadie me creyó, me encerraron en
el lugar donde me encuentro, con paredes acolchadas y los
demonios velando mi sueño.
Mientras tanto afuera…
por porescrito | Sep 18, 2017 | Voces
DE RODRIGO VELAZQUEZ SOLORZANO
Le sangró la nariz por la mañana. Cansado y deprimido, Carlos
no podía recordar el lugar donde guardó su rosario y comenzaba
a temer que su hijo lo hubiese tirado. Estaban solos ese lunes, así que
Carlos prefería dejar dormir a Demetrio antes que tener que llevarlo
a la escuela.
por porescrito | Sep 18, 2017 | Voces
DE RODRIGO VELAZQUEZ SOLORZANO
Mexico D.F. 22/3/2017
Cuando me platicas de sus enormes senos morenos comienza
a escurrirse entre mis piernas un líquido viscoso y
transparente. Te amé porque me llevaste al hotel donde tantas
veces te desfogaste en su cara. Recuerdo que ese día bajo la
regadera tuve que pararme en la punta de mis pies para que me
penetres por atrás, ¿cómo no ser tu puta? Quiero usar la lencería
que se ponga para tu cumpleaños, ojalá sea roja. Yo te voy a
escribir una carta, amor mío, te espero el sábado.
por porescrito | Sep 18, 2017 | Perspectivas
de Ramón Moreno Rodríguez
Hace poco tiempo apareció en las librerías una curiosa obra.
Es un pequeño tomo de cuentos: La mano de Onán. Entre los
primeros hay algunos brevísimos, de sólo una línea (el último) y
los más son de una o dos páginas. La mayoría de estos no cuentan
una historia, acaso son una escena o una historia fragmentada de
la que sólo somos informados de una parte, la medular (“Razón
de peso”). Con frecuencia a este tipo de textos se les llama
“relatos”, en oposición a “cuentos” porque estos segundos (más
extensos) sí suelen contar una historia con sus detalles, es decir,
hay una presentación un desarrollo, un clímax y un desenlace.
Tal es el caso de “La máscara más cara” que tiene 27 páginas de
extensión, el más largo de todos. En última instancia, me parece
una diferenciación un tanto innecesaria (distinguir entre relatos y
cuentos). Para mí, son textos en prosa literaria que cuentan algo.
Que sea de manera sucinta o pormenorizada, creo que importa
menos.
Es librito es originalísimo por varias causas, y la primera
se debe a su escabroso tema: el elogio de la masturbación, si se
me permite decirlo así de entrada. Pero también se destaca este
librito por su pulida y a la vez sediciosa prosa; amén de la gala
que hace del uso de la alusión, la concisión, el guiño al lector, la
prosa bien ceñida, hasta llegar al extremo contrario: lo irritante,
lo vulgar. Así suelen ser las provocaciones.
En lo primero que pienso mientras escribo estas líneas
es en aquella gran provocación de Ramón Gómez de la Serna
(humorista con el que Enrique Héctor tiene no pocos contactos)
llamada Senos. No está mal hacer objeto literario a ese objeto
sexual. Luego me digo que hay otro libro que es también un
artefacto literario arrojadizo y que sigue esa línea: Coños, de
Juan Manuel de Prada. Ese oscuro objeto del deseo del vizcaíno
devino cuentos. Cuentos mexicanos entre salaces y humorísticos
que, en lugar de hacer el elogio de los senos y los coños, canta la
epopeya del solitario ejercicio de entretener la entrepierna.
Son varios los paralelismos entre estos tres libros y sólo
diré que los une el oficio de hábiles prosistas de que hacen gala
sus autores, la brevedad de los textos, el humor y cierta lubricidad
que en el mexicano se ejerce sin contención. Muchas otras cosas
veo en común, pero no seguiré por ese camino porque terminaré
por hacer un ejercicio de comparación literaria, que no estaría
mal encaminado, pero que me aleja de los propósitos de estas
líneas.
En formato de libro de bolsillo, este tomo reúne 19
textos en 161 páginas y una cuidadosa y afinada edición. Diez
son relatos breves (el último es una línea) y nueve, cuentos
medianamente extensos. Sólo el último de éstos (“La máscara
más cara”) tiene una extensión mayor (veintisiete páginas) y es,
a mi juicio, el mejor de todos. Quizá por eso se nos reservó para
cerrar con broche de oro.
Sin duda, el título y el epígrafe centran bien la intención
del contenido. Pero he de decir que estos cuentos y relatos no
hacen una definición del placer solitario (como sí caminan en
la dirección de sus respectivos títulos, muchas de las greguerías
de Gómez de la Serna y casi todos los relatos de Prada). Más
aún, no en todos los textos el motivo son las prácticas onanistas
de los personajes protagónicos o secundarios, sino otros asuntos
paralelos y concomitantes a estos placeres: la eyaculación, el
semen, la seducción (normalmente fallida) de las compañeras del
trabajo, la torpeza de los tímidos conquistadores, etc. Si he de
resumir en una o dos líneas el tema del libro y esas palabras deben
proceder de éste, citaría al diácono que protagoniza el relato “Un
día con O”: “Me dormí, Dios es mi testigo, a medio camino de una paja promisoria, angustiado, un poco ebrio todavía.”
En efecto, los personajes con frecuencia utilizan la
autosatisfacción como fuga (¡qué gran descubrimiento, dirá
algún agudo lector!), como lucha contra el insomnio, como
consuelo ante la adversidad y es este aspecto lo que marca una
diferencia fundamental entre los dos libros españoles que hemos
mencionado y este mexicano. Sin duda el humor, el ingenio, la
agudeza observadora, el albur, crean una atmósfera a medio
camino entre Woody Allen y Rabelais; no obstante, cuando
termina el lector los textos (casi todos, pero no todos) le queda la
amarga sensación del llamado tedio vitae. Aquel famoso esplín
que supuestamente caracteriza la personalidad crepuscular de los
mexicanos. Sea verdad o un estereotipo de nuestra identidad, es
la diferencia entre este libro y los otros dos; es, sin duda, la marca
de la casa. Ahí está el caso del niño angustiado (“el aire de esas
noches espesas en que sabes que vas a dormir con una piedra
en el estómago”) que acaba de descubrir la hirsuta pelambrera
de las mujeres adultas cuando espía a una vecina sentada en el
retrete (“Casa temida”).
Una cosa más, y con esto concluyo. Es muy destacable el
oficio literario de Enrique H. González. Su prosa es preciosista,
minuciosa, perfeccionista. El dominio de la lengua, el parafraseo
de los grandes autores, los efectos retóricos, los juegos de palabras
chispeantes resaltan mucho. El lenguaje barroco y lo denso
del tema crea un efecto contrastante propio de un poderoso
aguafuerte. Me es imposible citar en estas pocas líneas tantas
frases felices y chispeantes calambures, pero piense el lector en el
palindroma del título general del libro o los títulos de los cuentos
antes aludidos.
La mano de Onán, Enrique Héctor González, México, Revarena, 2016, 161 pp.
por porescrito | Sep 18, 2017 | Firmas
DE EVE GIL
Hay muchas maneras de violar. Tantas, como violadores.
Ahora mismo, mientras escribo esto, estarán siendo
violadas miles de mujeres y niñas sin que nadie haga nada por
evitarlo. Y esas violaciones afectarán profundamente la psique de
las víctimas, que revivirán una y otra vez ese momento que ni la
más sofisticada terapia gestalt conseguirá borrar: una violación
es el tatuaje más definitivo. Más bien: una marca al rojo. Una
mujer violada está condenada a continuar siéndolo, no solo en
su recuerdo sino en otras variantes. Te viola quien justifica a tu
agresor. Te viola quien te responsabiliza porque “ya eras adulta”
(o una morra apendejada, da lo mismo). Te viola quien insinúa
que tus actitudes pudieron interpretarse como una invitación a
ser violada. Te viola quien te trata como sujeto potencialmente
“violable”. Te viola quien promete guardarte el secreto de que
fuiste violada. Te viola quien, sabiéndolo, continúa socializando
con el violador. Te viola quien te regaña por no haber evitado
que sucediera. Te viola quien no te apoya cuando se lo cuentas.
Te viola quien pretende hacerte desaparecer para que no causes
problemas en el ámbito donde tuvo lugar la violación. Te viola
quien te llama “loca” porque manifiestas públicamente tu justa
ira. Te viola quien pretende forzarte a hablar de ello si no estás
preparada. Te viola quien califica de “hazaña” lo que te hizo el
violador. Te viola quien rotula en tu frente la palabra PUTA.
Te viola la ley cuando te fuerza a pasar por un ritual humillante
si te atreves a denunciar al primero de la interminable cadena
canibalesca.
A veces, la propia víctima se viola a sí misma cuando
considera que tuvo parte de la culpa; cuando acepta las disculpas
del violador, a pesar de que no existe disculpa para un acto de esa naturaleza; cuando por miedo o por culpa finge que no ha
pasado nada, o que no ha sido “propiamente” una violación…es
decir: cuando inicialmente ella consintió la relación pero después
se arrepintió porque no le agradó como el tipo le tocaba, o las
cosas que le decía, y cuando pretendió zafarse “ya era demasiado
tarde”. ¿Qué mujer en su sano juicio concede que acompañó
voluntariamente a su “violador”, porque nunca imaginó que
ese hombre tan amable y tan sabio era un agresor, un misógino
habituado a tratar como cosas a las mujeres? “Tú te lo buscaste,
no te quejes ahora”, será la obvia reacción, y será unisex. Sin
importar que una revisión ginecológica determine que tus
genitales presentan irritación y desgarraduras impropias de una
relación consentida…y que de paso, eras virgen y tu único error
fue hacer la peor elección para iniciar tu vida sexual. El caso es
que fuiste detrás de él…te montaste en su auto, hubo arrumacos
y te excitaste demasiado…lo que ocurrió después (las palabras
soeces, el desgarramiento de ropas, el amordazamiento para
que no gritaras, la retención contra tu voluntad, la penetración
forzada) no cuenta porque tú provocaste al pobre hombre,
que como buen hombre es un animal al que nadie le enseñó a
contener sus “necesidades”, como sí te enseñaron a ti. A ninguna
mujer decente la violan en un cuarto de hotel, no la chingues. Y
es cuando adviertes que, sin importar lo que diga tu médica, la
culpa será única y exclusivamente tuya, por puta, por andar de
resbalosa. Empiezas a dudar de ti misma, máxime si tu experiencia
sexual se reduce a esa pesadilla e ignoras que ningún hombre tiene
derecho a lastimarte, porque durante tu vida has visto a tantos
hombres lastimar a tantas mujeres, hasta en tu propia familia.
Es posible que las relaciones sexuales sean así, te dices, en un
último esfuerzo por auto engañarte. Lo más probable es que tú
misma solapes a tu violador y te dejes engullir por el silencio más
atroz, que es el de la culpa…pero si el acto tiene consecuencias y prácticamente toda la culpa es tuya, y el pobre hombre no
tiene por qué cargar una responsabilidad que no le compete –a
pesar de no haberse tomado la elemental molestia de ponerse
un condón, para que su vileza no cobrara otra víctima, aparte
de la que ya tenía a su merced -¿cómo le haces para exigirle?
Él se defenderá como tigre: dirá que así como te fuiste con él al
hotel, pudiste haber ido con muchos más; que definitivamente
ese hijo no puede ser suyo porque solo lo hicieron una vez, y
negará al producto de su crimen y de su sangre mil veces más
de las que San Pedro negó a Jesucristo…y si por entonces las
pruebas de ADN no eran asequibles, y encima de todo las tenía
que pagar la demandante… ¿Ves lo que te pasa por no guardar
el decoro? Ahora serás una madre soltera…claro, a menos que
te tomes un tecito que te voy a recomendar… estás sola: tú y tu
problema, porque es tu problema, y de nadie más…el hombre al
que voluntariamente acompañaste y luego quisiste dejar caliente
y sin dinero, porque el efectivo lo derrochó en una suite…a ése
ni lo toques: es casi sagrado porque es hombre con necesidades
irreprimibles y sagradas también. Toda la culpa es tuya. Hasta las
leyes a las que pretendiste recurrir te lo gritaron en tu cara: todo
corre por tu cuenta; eres tú quien debe demostrar esta nueva
violación, aunque la lógica dicta que los gastos debieran correr
por cuenta del que pretende demostrar su inocencia.
A esto súmale que el tipo representa una imagen de autoridad
y de poder, y que tú eres una subordinada, es decir, una doña
Nadie. Ya no es simplemente el hecho de que él sea hombre y
que por ser hombre tenga “necesidades especiales” y tú una
mujer que no tendría por qué tenerlas también, si fueras decente
y honorable: es la superioridad profesional y ética que a él le
confieren todos esos títulos que a ti te falta mucho para obtener,
y quizá no obtengas nunca porque decidiste traer al mundo a su
hija. Acéptalo: estás perdida. Te has violado tú misma porque el violador no carga estigma alguno.
Él sigue alegremente su vida, depredando para satisfacer sus necesidades. Total: a los
hombres les resulta increíblemente fácil diluir sus pequeñas
manchas. Se hacen retratar en tiernas escenas familiares…en
dulces momentos de romance con otra mujer a la que prodiga
la respetabilidad que a ti te robó…en medio de manifestaciones
políticas, poniendo su mejor cara de indignado para que vean lo
mucho que le preocupan los niños asesinados y hambrientos, y
por ningún motivo vayan a creer que sería capaz de abandonar
a una de su sangre. Tú, en cambio, a menos que te esfuerces el
triple, el cuartuple por alcanzar un cierto estatus que adecente
tu reputación, siempre serás la multitudinariamente violada
joven que acompañó a su verdugo hasta un matadero de lujo,
con música de Bryan Adams. ¿A poco no es padrísimo que te
desvirguen a huevo mientras escuchas “(Everything I Do) I Do
It For you”?
¿A poco no, dulce perrita, bonita, blanquita,
calientabóliers, pendeja, burguesita de mierda, putita, no me vas
a dejar así, a poco no te gusta, mámamela, no te hagas la que
no sabes, soy más limpio de lo que crees / You know its true/
Everything I do/ I do it for you?