por porescrito | Sep 18, 2017 | Firmas
DE ANDREA FISCHER
Dafne se hizo laurel.
I
El mar se ve dorado. Lo encierran los brazos montañosos de la
bahía. Le dan forma de ojo. Ella está viendo todo desde arriba,
asomada desde la alberca infinita de la casa en el peñasco más
alto. Le da vueltas al óculo marino con la mirada. Una, dos,
tres, cuatro, muchas. No lleva la cuenta. El sol no se inmuta:
está ensimismado en su propio trance. Un Apolo silencioso que
pierde fuerza lentamente. Se derrite en el mar ocular, contenido,
y le transfiere su esencia vigorosa como si de leche derramada
se tratara. Ella lo mira todo, con los ojos dándole vueltas en la
cabeza.
II
Los pájaros ya dejaron de volar hace mucho. Ellos saben cuándo
la tarde se ha dispersado ya. Ellos saben. Ellos saben. Lo sienten
en el correr de la brisa cálida contra las fibras más delgadas de
sus alas. Alas de sal. Alas de oleaje. Alas de bahía que les devuelve
su reflejo. Pero ellos no pueden mover los ojos. Los tienen bien
pegados al cráneo, inmóviles. Pareciera que miran en una única
dirección, que no se fijasen en nada más. Ella lo mira todo, semidesnuda
y en silencio, desde el peñasco más alto, sumergida en
una alberca contagiada de la esencia disminuida de un Apolo
que calla.
III
Mujer bahía. Mujer derretida entre los brazos incandescentes de
un Apolo envejecido. Mujer que sigue con la mirada una ronda
que no termina. Mujer vaporosa. Mujer de doble contacto: es el
roce abrasador del sol moribundo contra el claustro estático del
agua fría. Mujer convaleciente. Mujer de dos ojos: uno cerrado
y otro que continúa dándole la vuelta al perímetro del óculo
marino. Panteón. Panteón de agua. Panteón del dios moribundo.
Panteón en donde el sol se entierra. Panteón de alas de agua.
Panteón que mira. Panteón dorado. Panteón que refleja la silueta
desfigurada de la mujer alada. Mujer bahía.
IV
El sol se ha deshecho ya, como una pastilla en un vaso de agua.
El ojo de la bahía se cerró con el párpado pesado de la noche
oscura. Ya no hay ojo que rondar. En la alberca del peñasco más
alto, no se ve más un vigía dorado. No hay rastro de los pájaros
huidos. No hay nubes. No hay luz que queme. Queda únicamente
un vapor somnoliento, como el que se desprende de un chorro de
agua caliente. Una presencia opalescente que se mece entre las
corrientes discretas de la oscuridad. Un vaho de luna que poco a
poco se desvanece, desaparece, descansa, se libera. Decantación.
por porescrito | Sep 18, 2017 | Firmas
DE ANDREA FISCHER
Una tela blanca
se desploma en la oscuridad.
Cae,
con el peso de sus propios
pliegues.
Desdoblándose,
―Resbalándose―
en la ráfaga incierta
de las sombras.
Se enreda
en su propio entramado
cada vez más
rápida,
con el vértigo que la desintegra.
por porescrito | Sep 18, 2017 | Firmas
DE ENRIQUE HECTOR GONZALEZ
Despertar con tus alas
deletreando la luz
de la calle parada en la ventana,
como un animal asustado.
Amanecer con el guiño inguinal
de tus piernas insensatas
latiendo en la daga
degollada de mi deseo emasculado.
Volver a llenarme de pájaros
empapados de espuma,
como antes.
por porescrito | Sep 18, 2017 | Firmas
DE ENRIQUE HECTOR GONZALEZ
I
Una oruga arrugó los ojos para detenerse en la hoja donde otros
bichos vandalizaban una gota de lluvia con lujo de ignominia
II
Estaba en el jardín de su casa: se acercó al árbol de naranjo que,
en el centro del vivero, irradiaba luz de lluvia: aproximó la cara a
una hoja, donde las gotas se habían acumulado en burbujas de
tamaños diversos. De pronto sintió que alguien le hablaba; viró
la cabeza hacia atrás. Silencio. Volvió la mirada a la hoja, se
puso los lentes, miró con atención una gota donde, al parecer, un
cónclave de gusanos destrozaba todo a su paso.
III
Lloví. Caí sobre un árbol, me deshice en millones de gotas que se
dispersaron en cientos de hojas. Ah, mis hijas: una de ellas iba a
perecer del modo más ruin. Paré de llover. Me llamo agua.
por porescrito | Sep 18, 2017 | Firmas
DE MARIA ELENA SARMIENTO
La pulga que vive en el papel es un animalito muy peculiar,
diminuto, submicroscópico y en estado vegetativo cuando la
hoja está en blanco. Por alguna extraña razón, conforme la tinta
entra en contacto con ella, se va tiñendo del color del espíritu de
las palabras que se imprimen. Entonces, el bicho se ensancha,
los pelos de su cuerpo se erizan y se queda al acecho del primer
incauto que levante el documento para leerlo.
La pulga, siempre alerta, inyecta entonces al sujeto una
sustancia de textura amorfa y difícil de visualizar. Es una mezcla
de las ideas que sustrajo de los textos y de su propia simiente.
A través del torrente sanguíneo, la pasta parasitaria recorre el
cuerpo y todos los órganos del ingenuo lector sufren pequeñas
mutaciones.
El cuerpo humano es terreno fértil para el crecimiento
de nuevas pulgas que, una vez desarrolladas ahí, se mezclan con
otras que han llegado con anterioridad y en las entrañas de la
persona se desarrollan aventuras, romances y tragedias de las que
no es consciente.
Hay pulgas más eficientes que otras. Algunas son tan
poderosas que logran cambiar los puntos de vista de su víctima,
otras, su estado de ánimo, algunas lo hacen pensar y repensar
una idea. Después de estar en contacto con cientos o miles de
pulgas de papel, los ilusos humanos van por la vida creyendo que
tienen ideas propias. ¡Ja! Las pulgas se burlan de nosotros.
No sé si los libros electrónicos tengan algún medio de
contagio similar, pero por si las moscas (o tal vez debería de decir:
por si las pulgas), creo que voy a cambiar mi manera de leer.