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UN CUENTO

DE EVE GIL

Hay muchas maneras de violar. Tantas, como violadores.

Ahora mismo, mientras escribo esto, estarán siendo

violadas miles de mujeres y niñas sin que nadie haga nada por

evitarlo. Y esas violaciones afectarán profundamente la psique de

las víctimas, que revivirán una y otra vez ese momento que ni la

más sofisticada terapia gestalt conseguirá borrar: una violación

es el tatuaje más definitivo. Más bien: una marca al rojo. Una

mujer violada está condenada a continuar siéndolo, no solo en

su recuerdo sino en otras variantes. Te viola quien justifica a tu

agresor. Te viola quien te responsabiliza porque “ya eras adulta”

(o una morra apendejada, da lo mismo). Te viola quien insinúa

que tus actitudes pudieron interpretarse como una invitación a

ser violada. Te viola quien te trata como sujeto potencialmente

“violable”. Te viola quien promete guardarte el secreto de que

fuiste violada. Te viola quien, sabiéndolo, continúa socializando

con el violador. Te viola quien te regaña por no haber evitado

que sucediera. Te viola quien no te apoya cuando se lo cuentas.

Te viola quien pretende hacerte desaparecer para que no causes

problemas en el ámbito donde tuvo lugar la violación. Te viola

quien te llama “loca” porque manifiestas públicamente tu justa

ira. Te viola quien pretende forzarte a hablar de ello si no estás

preparada. Te viola quien califica de “hazaña” lo que te hizo el

violador. Te viola quien rotula en tu frente la palabra PUTA.

Te viola la ley cuando te fuerza a pasar por un ritual humillante

si te atreves a denunciar al primero de la interminable cadena

canibalesca.

A veces, la propia víctima se viola a sí misma cuando

considera que tuvo parte de la culpa; cuando acepta las disculpas

del violador, a pesar de que no existe disculpa para un acto de esa naturaleza; cuando por miedo o por culpa finge que no ha

pasado nada, o que no ha sido “propiamente” una violación…es

decir: cuando inicialmente ella consintió la relación pero después

se arrepintió porque no le agradó como el tipo le tocaba, o las

cosas que le decía, y cuando pretendió zafarse “ya era demasiado

tarde”. ¿Qué mujer en su sano juicio concede que acompañó

voluntariamente a su “violador”, porque nunca imaginó que

ese hombre tan amable y tan sabio era un agresor, un misógino

habituado a tratar como cosas a las mujeres? “Tú te lo buscaste,

no te quejes ahora”, será la obvia reacción, y será unisex. Sin

importar que una revisión ginecológica determine que tus

genitales presentan irritación y desgarraduras impropias de una

relación consentida…y que de paso, eras virgen y tu único error

fue hacer la peor elección para iniciar tu vida sexual. El caso es

que fuiste detrás de él…te montaste en su auto, hubo arrumacos

y te excitaste demasiado…lo que ocurrió después (las palabras

soeces, el desgarramiento de ropas, el amordazamiento para

que no gritaras, la retención contra tu voluntad, la penetración

forzada) no cuenta porque tú provocaste al pobre hombre,

que como buen hombre es un animal al que nadie le enseñó a

contener sus “necesidades”, como sí te enseñaron a ti. A ninguna

mujer decente la violan en un cuarto de hotel, no la chingues. Y

es cuando adviertes que, sin importar lo que diga tu médica, la

culpa será única y exclusivamente tuya, por puta, por andar de

resbalosa. Empiezas a dudar de ti misma, máxime si tu experiencia

sexual se reduce a esa pesadilla e ignoras que ningún hombre tiene

derecho a lastimarte, porque durante tu vida has visto a tantos

hombres lastimar a tantas mujeres, hasta en tu propia familia.

Es posible que las relaciones sexuales sean así, te dices, en un

último esfuerzo por auto engañarte. Lo más probable es que tú

misma solapes a tu violador y te dejes engullir por el silencio más

atroz, que es el de la culpa…pero si el acto tiene consecuencias y prácticamente toda la culpa es tuya, y el pobre hombre no

tiene por qué cargar una responsabilidad que no le compete –a

pesar de no haberse tomado la elemental molestia de ponerse

un condón, para que su vileza no cobrara otra víctima, aparte

de la que ya tenía a su merced -¿cómo le haces para exigirle?

Él se defenderá como tigre: dirá que así como te fuiste con él al

hotel, pudiste haber ido con muchos más; que definitivamente

ese hijo no puede ser suyo porque solo lo hicieron una vez, y

negará al producto de su crimen y de su sangre mil veces más

de las que San Pedro negó a Jesucristo…y si por entonces las

pruebas de ADN no eran asequibles, y encima de todo las tenía

que pagar la demandante… ¿Ves lo que te pasa por no guardar

el decoro? Ahora serás una madre soltera…claro, a menos que

te tomes un tecito que te voy a recomendar… estás sola: tú y tu

problema, porque es tu problema, y de nadie más…el hombre al

que voluntariamente acompañaste y luego quisiste dejar caliente

y sin dinero, porque el efectivo lo derrochó en una suite…a ése

ni lo toques: es casi sagrado porque es hombre con necesidades

irreprimibles y sagradas también. Toda la culpa es tuya. Hasta las

leyes a las que pretendiste recurrir te lo gritaron en tu cara: todo

corre por tu cuenta; eres tú quien debe demostrar esta nueva

violación, aunque la lógica dicta que los gastos debieran correr

por cuenta del que pretende demostrar su inocencia.

A esto súmale que el tipo representa una imagen de autoridad

y de poder, y que tú eres una subordinada, es decir, una doña

Nadie. Ya no es simplemente el hecho de que él sea hombre y

que por ser hombre tenga “necesidades especiales” y tú una

mujer que no tendría por qué tenerlas también, si fueras decente

y honorable: es la superioridad profesional y ética que a él le

confieren todos esos títulos que a ti te falta mucho para obtener,

y quizá no obtengas nunca porque decidiste traer al mundo a su

hija. Acéptalo: estás perdida. Te has violado tú misma porque el violador no carga estigma alguno.

Él sigue alegremente su vida, depredando para satisfacer sus necesidades. Total: a los

hombres les resulta increíblemente fácil diluir sus pequeñas

manchas. Se hacen retratar en tiernas escenas familiares…en

dulces momentos de romance con otra mujer a la que prodiga

la respetabilidad que a ti te robó…en medio de manifestaciones

políticas, poniendo su mejor cara de indignado para que vean lo

mucho que le preocupan los niños asesinados y hambrientos, y

por ningún motivo vayan a creer que sería capaz de abandonar

a una de su sangre. Tú, en cambio, a menos que te esfuerces el

triple, el cuartuple por alcanzar un cierto estatus que adecente

tu reputación, siempre serás la multitudinariamente violada

joven que acompañó a su verdugo hasta un matadero de lujo,

con música de Bryan Adams. ¿A poco no es padrísimo que te

desvirguen a huevo mientras escuchas “(Everything I Do) I Do

It For you”?

¿A poco no, dulce perrita, bonita, blanquita,

calientabóliers, pendeja, burguesita de mierda, putita, no me vas

a dejar así, a poco no te gusta, mámamela, no te hagas la que

no sabes, soy más limpio de lo que crees / You know its true/

Everything I do/ I do it for you?

DECANTACION

DE ANDREA FISCHER

Dafne se hizo laurel.

I

El mar se ve dorado. Lo encierran los brazos montañosos de la

bahía. Le dan forma de ojo. Ella está viendo todo desde arriba,

asomada desde la alberca infinita de la casa en el peñasco más

alto. Le da vueltas al óculo marino con la mirada. Una, dos,

tres, cuatro, muchas. No lleva la cuenta. El sol no se inmuta:

está ensimismado en su propio trance. Un Apolo silencioso que

pierde fuerza lentamente. Se derrite en el mar ocular, contenido,

y le transfiere su esencia vigorosa como si de leche derramada

se tratara. Ella lo mira todo, con los ojos dándole vueltas en la

cabeza.

II

Los pájaros ya dejaron de volar hace mucho. Ellos saben cuándo

la tarde se ha dispersado ya. Ellos saben. Ellos saben. Lo sienten

en el correr de la brisa cálida contra las fibras más delgadas de

sus alas. Alas de sal. Alas de oleaje. Alas de bahía que les devuelve

su reflejo. Pero ellos no pueden mover los ojos. Los tienen bien

pegados al cráneo, inmóviles. Pareciera que miran en una única

dirección, que no se fijasen en nada más. Ella lo mira todo, semidesnuda

y en silencio, desde el peñasco más alto, sumergida en

una alberca contagiada de la esencia disminuida de un Apolo

que calla.

III

Mujer bahía. Mujer derretida entre los brazos incandescentes de

un Apolo envejecido. Mujer que sigue con la mirada una ronda

que no termina. Mujer vaporosa. Mujer de doble contacto: es el

roce abrasador del sol moribundo contra el claustro estático del

agua fría. Mujer convaleciente. Mujer de dos ojos: uno cerrado

y otro que continúa dándole la vuelta al perímetro del óculo

marino. Panteón. Panteón de agua. Panteón del dios moribundo.

Panteón en donde el sol se entierra. Panteón de alas de agua.

Panteón que mira. Panteón dorado. Panteón que refleja la silueta

desfigurada de la mujer alada. Mujer bahía.

IV

El sol se ha deshecho ya, como una pastilla en un vaso de agua.

El ojo de la bahía se cerró con el párpado pesado de la noche

oscura. Ya no hay ojo que rondar. En la alberca del peñasco más

alto, no se ve más un vigía dorado. No hay rastro de los pájaros

huidos. No hay nubes. No hay luz que queme. Queda únicamente

un vapor somnoliento, como el que se desprende de un chorro de

agua caliente. Una presencia opalescente que se mece entre las

corrientes discretas de la oscuridad. Un vaho de luna que poco a

poco se desvanece, desaparece, descansa, se libera. Decantación.

 

ENTRAMADO EFIMERO

DE ANDREA FISCHER

 

Una tela blanca

se desploma en la oscuridad.

Cae,

con el peso de sus propios

pliegues.

 

Desdoblándose,

―Resbalándose―

en la ráfaga incierta

de las sombras.

 

Se enreda

en su propio entramado

cada vez más

rápida,

con el vértigo que la desintegra.

 

PAJAROS

DE ENRIQUE HECTOR GONZALEZ

 

Despertar con tus alas

deletreando la luz

de la calle parada en la ventana,

como un animal asustado.

Amanecer con el guiño inguinal

de tus piernas insensatas

latiendo en la daga

degollada de mi deseo emasculado.

Volver a llenarme de pájaros

empapados de espuma,

como antes.

LUZ DE LLUVIA

DE ENRIQUE HECTOR GONZALEZ

I

Una oruga arrugó los ojos para detenerse en la hoja donde otros

bichos vandalizaban una gota de lluvia con lujo de ignominia

 

II

Estaba en el jardín de su casa: se acercó al árbol de naranjo que,

en el centro del vivero, irradiaba luz de lluvia: aproximó la cara a

una hoja, donde las gotas se habían acumulado en burbujas de

tamaños diversos. De pronto sintió que alguien le hablaba; viró

la cabeza hacia atrás. Silencio. Volvió la mirada a la hoja, se

puso los lentes, miró con atención una gota donde, al parecer, un

cónclave de gusanos destrozaba todo a su paso.

 

III

Lloví. Caí sobre un árbol, me deshice en millones de gotas que se

dispersaron en cientos de hojas. Ah, mis hijas: una de ellas iba a

perecer del modo más ruin. Paré de llover. Me llamo agua.

LA PULGA DEL PAPEL

DE MARIA ELENA SARMIENTO

 

La pulga que vive en el papel es un animalito muy peculiar,

diminuto, submicroscópico y en estado vegetativo cuando la

hoja está en blanco. Por alguna extraña razón, conforme la tinta

entra en contacto con ella, se va tiñendo del color del espíritu de

las palabras que se imprimen. Entonces, el bicho se ensancha,

los pelos de su cuerpo se erizan y se queda al acecho del primer

incauto que levante el documento para leerlo.

La pulga, siempre alerta, inyecta entonces al sujeto una

sustancia de textura amorfa y difícil de visualizar. Es una mezcla

de las ideas que sustrajo de los textos y de su propia simiente.

A través del torrente sanguíneo, la pasta parasitaria recorre el

cuerpo y todos los órganos del ingenuo lector sufren pequeñas

mutaciones.

El cuerpo humano es terreno fértil para el crecimiento

de nuevas pulgas que, una vez desarrolladas ahí, se mezclan con

otras que han llegado con anterioridad y en las entrañas de la

persona se desarrollan aventuras, romances y tragedias de las que

no es consciente.

Hay pulgas más eficientes que otras. Algunas son tan

poderosas que logran cambiar los puntos de vista de su víctima,

otras, su estado de ánimo, algunas lo hacen pensar y repensar

una idea. Después de estar en contacto con cientos o miles de

pulgas de papel, los ilusos humanos van por la vida creyendo que

tienen ideas propias. ¡Ja! Las pulgas se burlan de nosotros.

No sé si los libros electrónicos tengan algún medio de

contagio similar, pero por si las moscas (o tal vez debería de decir:

por si las pulgas), creo que voy a cambiar mi manera de leer.