Carta a un amigo, por Alberto Ibarrolla Oyón
Réplica al poema La ciudad de C.P. Cavafis.
Recuerdas la tormenta de silenciosos agravios,
los jinetes embrujados que cabalgaban hasta la aurora,
las desidias que enloquecían las amistades,
y quieres cambiarlo, quieres mejorar el ayer.
Pero las dudas pesan y lastiman tu conciencia,
los temores y frustraciones influyen en tu mirada
y tu alma habitada por recipientes quebrados
se trasforma en un dolor insano e intolerable.
Las decepciones y los fracasos, indudablemente,
ahuyentaron a los sensibles amigos de antaño,
te hieren todavía en el corazón lacerado
y no eres capaz de cerrar tus heridas solitarias.
Las vanas palabras de mujeres extraviadas
no se han ido aún de tu vida, ni se irán.
En cualquier caso, pese a las sombras perversas
que se proyectan sobre tu memoria,
piensas en regresar coronado de laureles
cuando la ciudad de los pecados que te sonrojan
no alberga ya aquellos edificios depravados,
no contiene las imágenes que te trastornaron,
porque ya ni siquiera existe, no es.
Al cesar en el errático peregrinaje
que solicitaste entre aquellas rúas aborrecidas,
desapareció aniquilada por espectros satánicos
que aguardaban tu huida para silenciarla.
Estás completamente solo, intensamente solo,
la ciudad solo se hallaba en tu imaginación,
y la sonrisa rencorosa en tu rostro desordenado
no sirve para dotarla de realidad tangible.
Vives atormentado por un ayer que nadie recuerda.
¡Despierta de esta muerte de pasados irrecuperables!
La ciudad que añoras no te hablaba ni te amaba,
a sus habitantes ya los conoces, y los abandonaste.
Piensa en las bellas muchachas que te desean,
en los gorriones que te ofrecen copas de un néctar
que, soberbio, nunca habías deseado degustar.
Tu juventud será el bálsamo de la tristeza y la desesperanza,
la madurez será un lagar de luciérnagas serenas,
y la senectud, cuando llegue, será buena para recordar,
pero no esas viejas historias, no esos sentimientos vulgares,
sino los hechos de una vida realizada, tu vida.