por porescrito | Sep 18, 2017 | Voces
de Tony Cantero
Me estoy poniendo viejo, me miro y lo comprendo pues,
aunque aún corpulento, ya todo no deseo. Ya no me veo en
conciertos, ya no bailo el día entero, ahora sólo pienso y pienso,
en la vida que llevo. Ya no hay noches de juergas, de faldas y
mareos, ya no le canto a un lucero, ni al sol escribo versos. Ahora
sólo pienso y pienso, que si vuelvo, o si regreso, que si no tengo
sonrío y sigo andando sereno, contento compilando sueños.
—Y ahora sólo pienso y pienso, en los días que he
vivido, buenos y malos, efímeros…
Y me digo quizás viejo, pero en fin, si es divertido,
tener un pasado da abrigos, a amores y sacrificios. Familiares de
testigos, los amigos del oficio, las parrandas y los vinos, pero al
fin somos los mismos, desde el día en que nacimos, hasta la hora
de morirnos. Y quizás me digo viejo, porque me siento distinto,
pero si me pongo al hilo, me visto de negro lindo. De pulgada de
madero y de aroma de eucalipto, de mí mismo.
Y quizás me diga viejo porque sólo pienso y pienso, a los
restos que conservo, de mi antaño en otro tiempo. Al amor que
a diario anhelo, a la voz de mis adentros, a la miel del colmenero
y a la flor del sentimiento. Porque sólo pienso y pienso ya que el
fuego me da al cuello, porque las puertas de hierro sin rodeos las
he abierto. Porque lluevo y porque trueno y porque llevo un alma
adentro, en mis añejos cimientos de bohemio.
—En mi más allá que encuentro en un distante cantero,
sin misterios; y quizás me diga viejo pero a los cuarenta y cuentos
sigo siendo un jovenzuelo, porque siento mi reflejo.
—Y me lo vivo creyendo; y porque aún suelto mis
pétalos, en cada cana que peino…
—¡En un distante cantero, donde florezco!
por porescrito | Sep 18, 2017 | Voces
Por Ludim Cervantes
Ella se escapó al final del último sueño. Encontró la pared corrediza
y se esfumó. Yo no la vi, pero lo supe cuando todos comenzaron a
hablar del mundo tras la pared. Ella dejó una grieta por donde se observa
el destello de un sol muy intenso y ruidos. Simone, metió una varita para
corroborar si era seguro. No paso nada. Tres veces por semana Simone,
Kyle, Pound y yo, íbamos a la grieta y llamábamos a Lenka. Susurramos
su nombre, silbábamos y nada. Nunca nos escuchó.
Desde hace unas noches, Lenka tenía sueños extravagantes.
¿Cómo no iba a tenerlos si vivió toda su vida en la mente de un orate?
Logró escapar cuando se quedó dormido. Dicen que se deslizó por las
páginas, una por una. Llegó al prologo y se sacudió las faldas. Yo sabía
que lo amaba pero quería encontrar algo real.
Mientras ellos duermen, nosotros venimos a la grieta y tratamos
de ver que hay detrás. Colocamos los dedos en la pared, tratamos de
sentir algo más que sus latidos. Pegamos los ojos en la ranura pero la luz
cegadora nunca conseguíamos ver nada.
Un día Kyle empujó la pared como si quisiera mover cajas o
bultos. Aferrado en abrirla. Él estaba enamorado de Lenka. Quizá fue su
desesperación o deseo que consiguió abrir la ranura con sus propias manos.
Como si, de una puerta atascada se tratara.
Sonidos desconocidos nos atacaron. Tapamos nuestros oídos. El
aroma era insoportable entre fuego y azufre Pestilencia de estiércol y
muerto que me hizo vomitar. Una avenida apareció cuando el humo gris
se esparció. Aquella ciudad humeaba, rugía. Nos confundía su lenguaje.
Las personas eras cadáveres, los hombres fantasma, las mujeres arañas.
Todo era a un ritmo monótono. Dudamos un momento en cruzar. Hasta
que Pound dio un paso y todo se quebró tras de nosotros. Escuchamos los
cristales de la grieta estrellarse contra el piso. Fue como si alguien me
traicionara. Aquella ciudad gris, tenía el cielo amarillo y quemaba. No se
parecía a ningún otro sitio donde hayamos vivido.
Simone, fue la única que no salió. Se refugió en la grieta y
nos miró con terror. Prefirió custodiar la grieta. Alertarnos si nuestros
Amos nos iban a destruir. Pensé un poco; aconseje no seguir con esto. Se
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preocuparían por nosotros. No me gustaría que mi Ama se enojara conmigo
por desaparecer así.
Sabía que Kyle quería ver a Lenka. Susurró su nombre. Quizá
apareciera. Cómo un deseo o una aparición. Yo también quería buscarla
Lenka, porque, su amo va a enfadarse cuando despierte. Es un tirano y
cuando no le sirve algo lo tira. Como los intentos de una carta. Dicen
que lleva dormido muchos años junto con nuestros amos y los que aún no
nacen. La única que ha visto sus rostros es Lenka. Solía contarnos que
ellos tienen los ojos cafés y son mitad animal, mitad humano. Que nunca
están felices y se alimentan de los sueños y la vida de otros seres vivos.
Pound pensó que se trataba de alguno de los quinientos mundos
del amo de Lenka, o el suyo o el mío. Sin embargo, al ser la única que logró
salir, debía ser un mundo creado por él. Nuestros amos son subordinados
duermen poco y beben café. Este mundo se parecía a Lenka, cansada y
enferma. Tal vez Lenka lo sabía y quiso escapar porque estaba harta de ese
Amo que la obligaba a hacer cosas que no quería, como romperle el corazón
Kyle o encerrar a Simone en una caja. Algunas veces me dejaba al borde
del limbo.
Teníamos que buscarla o su Amo estaría de mal humor y quien
sabe que sucedería si no la encuentra.
Caminamos por una avenida donde los autos no dejaban de
gritar. No entendíamos su idioma pero sí el sonido de su ira. Las calles
eran iguales unas de otras, con los mismos edificios de cristal, las mismas
paredes ocre, el aroma a cigarro y coladera. Todo ser vivo era una sombra.
Sin cara y con el andar pausado Dos vueltas aquí, allá y llegamos a una
plaza donde las sillas y mesas tenían más vida. Todo estaba pintado de
azul, amarillo y morado. Había un hombre vestido de negro, sentado en
una silla y Lenka frente a él. Corrí a ella, los demás me siguieron. Ella
nos ignoró. Al parecer el hombre era ciego, llevaba lentes oscuros y no
reaccionó aparecí frente a él.
― Tienes que volver o el amo se va enojar y nosotros seremos
parte de una comedia épica ― Le dijo Pound.
Ella nos ignoró de nuevo. Cuando el hombre se puso de pie, Kyle
empezó a hablar.
― ¿Por qué? ¿Cambiaste todo por un mortal? Este hombre no
puede verte.
VOCESLenka sonrío.
― A este hombre le gusta leerme. Siempre me lee aunque no
me vea. Se parece a ti Kyle, sólo que él odia el sol.― Explicó Lenka.―
él no sabe nada, no ve nada, no piensa, no habla, no siente, es como un
muerto. Su nombre es como cualquier otro. No es especial ni para sí mismo.
Luego nos corrió, dijo que pensaría que estaba loca por hablar sola.
Kyle soltó un golpe al suelo. Y si observaba con detenimiento,
Kyle y él estaban hechos de la misma substancia. Puede que el Amo de
Kyle se inspirara en ese hombre, o algo más aterrador…
Entonces la tierra tembló. Creí que el Amo se despertaba pero
sólo eran dragones en la plaza. Muchos mosqueteros corrían por todos
lados. Algunos tomaron un taxi, otros subieron a los edificios. La grieta
se extendió hasta llegar al cielo. Culpe a Simone por no advertir. Lenka dio
un brinco, miró asustada. Lo bueno que él no veía nada, pudo haber muerto.
Se oyeron pasos en el cielo. Como el vecino del piso de arriba
que hace ruido al despertar. La grieta ya se había rotó. Salieron más y
más criaturas hasta que se destruyó por completo la pared. Y todo se
mezcló. Dragones con rasca cielos, unicornios en el metro, abogados en
un castillo, perros en librerías. Aún así, Lenka jamás dejó que el hombre
frente a ella conociera su caos. Ni mucho menos su llanto cuando su Amo
la cambió de cuento.
por porescrito | Sep 18, 2017 | Voces
de Juan Carlos Padilla Monroy
Un suave movimiento en las manecillas del reloj, y continúo
esperando ansioso mi visita. Se aproxima la hora del té y el
invitado aún no llega; es inaceptable para un inglés de su categoría
un retraso de semejante magnitud.
Tomo mi reloj de bolsillo… objeto más valioso no puede
haber; el tiempo es tan necesario para el hombre como su existencia,
y sin embargo, tan detestable como la indeseable libertad.
Quizá estoy perdiendo lo más preciado que poseo. Pues
siempre estoy pensando que me hago más viejo y sabio, cuando sólo
me hago viejo .
El tiempo evoca en mi memoria, recuerdos inútiles que
consumen el eterno retorno del pasado entero de mi vida; aceptar
que no hay peor y más implacable usurero que el tiempo, y cuando
se le obliga a hacer anticipos, cobra intereses más altos de los que
pudiera cobrar cualquier judío … el tiempo me roba la vida. El
Sol asoma, la Luna se oculta cada día y parece no importarme,
envejezco y apenas me doy cuenta. El Sol es el mismo realmente,
mas carente de respiración profunda me asecha la muerte . Estoy
limitado por este infame aparato que regula mi vida y me somete a
ella como la mano al hierro.
Mi vida es muy corta, y tardo tanto tiempo en
comprenderme, que no hay momento para disfrutar el alba…
Tomo el reloj de oro del bolsillo de mi saco y con furiosa
ira, lo arrojo contra el suelo y satisfecho, lo veo despedazarse;
emocionado, derribo el reloj del muro, y loco, resisto la represión
que contrae y tortura mi cabeza con el funesto sonido.
Irónicamente el tiempo no puede dejar de lado el tiempo,
y yo sí, y estoy feliz… pero el invitado aún no llega.
David Gilmour
Siempre estoy pensando que me hago más viejo y sabio, cuando sólo me hago viejo.
Arthur Schopenhauer
No hay más implacable usurero que el tiempo
Pink Floyd
El Sol es el mismo realmente, mas carente de respiración profunda me asecha la muerte
por porescrito | Sep 18, 2017 | Voces
de Juan Carlos Padilla Monroy
Sus manos temblaban, la adrenalina en su sangre fluía con
rapidez, pero el temor lo inmovilizaba; de espaldas contra uno
de los muros del laberinto, el ambiente sepulcrante amordazaba la
oscuridad absoluta; sentía que su alrededor lo miraba con recelo,
el silencio de los pasos infinitos lo acosaba, el murmullo de aquellos
pasos que asechaban, se acercaban lentamente a su derecha.
Cuando tomó la decisión de asomarse por el corredor,
el ruido cesó. No había nadie… nuevos pasos se acercaron a su
izquierda, se apresuró a interceptar las sombras, pero ocurrió lo
que hacía un momento.
La duda consumía sus pensamientos; ¿de quién serían
los pasos que escuchaba? ¿serían los mismos siempre o alguien
querría engañarlo? Pero, ¿quién? O, ¿quizá se engañaba a sí
mismo? De lo que estaba convencido era que había algún otro ser
dentro del laberinto. Los pasos reaparecieron y sin pensarlo, corrió
tras ellos para encontrarlos. El tigre había cambiado de habitación
y la muerte lo esperaba; ¿cómo podía saber que no era él quien se
engañaba y creía en un tigre al que nunca había visto?
Perseguía ciegamente los ecos subconscientes de su alma.
Exhausto, recargó la espalda contra otro muro, cerró los ojos y
despejó su mente; era inútil, los pasos seguían atormentándolo,
se levantó de nuevo y recorrió los vacíos pasillos que ocultaban el
inevitable fin.
Recordó entonces al minotauro que perseguía a sus
víctimas hasta devorarlas y creyó ser uno de esos desgraciados
condenados a morir, y pensó luego en Teseo , el liberador de
las almas a quienes la espesa niebla cegaba la verdad oculta.
Enfrentaría a la bestia con sus propias manos y deseó ser el héroe,
hasta que la imagen de Ariadna llegó a su mente como el suspiro
arrebatado de la gloria de quien lucha contra su voluntad y se
culpó por no saber qué hacer. De pronto, el resplandor débil de
una luz lejana lo llamó a su encuentro, y como un loco arrebatado
por la ira fue al conflicto de lo único que en su amor era distinto;
cuando la pálida luz cubrió su rostro, una figura saltó sobre él y eso
fue lo último que el desdichado vio…
El suicidio se había consumado.
- Julio Cortázar, Bestiario
- Jorge Luis Borges, La casa de Asterión
por porescrito | Sep 18, 2017 | Voces
de Mateo Mansilla
- Preludio.
Y escribía. Y por cada palabra, por cada letra, por cada espacio,
por cada trazo: un recuerdo. Y no paraba. Seguía, en aquel
pedazo de papel, edificando nuestra historia. Una estructura
basada en recuerdos –en sentimientos– era lo que la componía.
Primer verso. Voló. Segundo verso. Voló. Y así seguí
hasta llegar a la duodécima estrofa, al cuadragésimo octavo
verso.
Cada sílaba, cada palabra, cada silencio y cada rima, en
cada verso, lo denotaba. Denotaba aquel sentimiento de afecto,
aquel sentimiento de gratitud. Denotaba aquellos recuerdos
ignorados por el olvido; aquellas memorias tejidas por nuestras
experiencias y su hilo.
- Rosa.
De meticulosa examinación requería
aquella rosa que por su vida, la mía yo daría,
pues, de sus tallos, un sentimiento de dolor emanaba,
más que el de rechazo que, con sus espinas, me mostraba.
Cada vez que la intentaba agarrar, me hería;
al querer acariciarla, sus espinas en mí, hundía.
Hubo un día, sin embargo, que a la distancia
pude observar con claridad lo que ocurría.
La pobre rosa, que en medio del campo se encontraba,
rodeada de depredadores siempre se hallaba.
Era su belleza, quizás, lo que envidiaban
las criaturas que acabar con ella anhelaban.
Y fue entonces cuando la razón pude comprender:
lo único que quería era hacerme entender
que, por temor a mi admiración por ella perder,
su dolor, detrás de sus largas espinas, debía esconder.
Entendí que su belleza debía proteger
de todo ser quien contra ella quisiese arremeter.
Y que por dicha razón sus espinas en mí hundía,
cuando yo tan sólo acariciarla quería.
Decidido, me le acerqué un día para ayudarla
y de un golpe la arranqué de la tierra cual hierba mala.
Las llagas de mi mano, sin embargo, no tardaron en sanar,
al igual que la rosa cuyo estado parecía mejorar.
Cuidadosamente, le arranqué sus espinas
colocándolas sobre delgadas toallas finas,
y, con un poco de agua, terminé de quitarle
la tierra que alguna vez debió molestarle.
Pulcros, los pétalos de la flor resplandecían
bajo los rayos de luz que sobre ellos brillaban.
Pude apreciar la rosa como era en realidad:
antes de ser víctima del mundo y su crueldad.
Observé en mis manos las cortadas y heridas
y, en ellas reflejadas, las experiencias por la rosa vividas.
Noté, sin embargo, que ya estaban sanando,
y me alegré, pues, por ella, algo había logrado.
En un florero con agua coloqué a la rosa
que extendía y meneaba sus pétalos, airosa.
Comprendí que, a pesar de ser una flor hermosa,
los problemas, para ella, tampoco eran cualquier cosa.
Digna por el mundo de admirar por su fortaleza,
por su nuevo amigo, detrás de un vitral la rosa fue expuesta.
No la descuidé, sin embargo, ni por un segundo,
por su confianza, mi flor, al final haberme brindado.
En fin, en su florero expuesta al mundo quedó
la rosa que ante el mundo no sucumbió.
Y a su amigo, cuya mano le tendió,
uno de sus bellos pétalos fue lo que le concedió.
por porescrito | Sep 18, 2017 | Voces
de Virginia Meade
Quiero llegar a casa para besar a mi esposa y abrazar a los
niños… Salgo de la estación del metro que está cerca; ellos
siempre me esperan para merendar; platicamos cómo nos fue
en la escuela y la oficina. Hoy, más que otras veces, extraño
los sonidos que hasta hace poco escuchaba en el trayecto: el
chisporroteo de las quesadillas al deslizarse en el aceite de
maíz hirviendo, el olor a masa inundando mi nariz. Me falta
la complicidad de otra persona con quien compartir la plática
mientras espero el envoltorio de estraza: Güerito, güerito de qué
va a llevar. Ya no existe el puesto callejero de tamales y atole de
canela, porque a don Felipe lo atropelló un automóvil que se
pasó el alto. El tipo se estampó en el poste que alumbraba los
botes de ricuras envueltas en hojas de maíz. Hace mucho tiempo
que el silbato gritón del carrito de camotes y plátanos bañados en
leche no endulzan mis oídos.
Esta noche me acompañan el ruido monótono del
paso de automóviles y motos; los cambios de luces de los
semáforos, los espectaculares y los carteles en las paradas de los
camiones. Consumismo salvaje. No logro escuchar mis pasos
sobre el pavimento ni el de las personas con las que me cruzo,
que caminan agachados mirando el piso, como autómatas. La
irrealidad, como de película oriental, me agrede, igual que las
nuevas disposiciones del gobierno: también nos quitaran al
ropavejero; nos obligan a renunciar a nuestros sonidos. Puede
ser que tengan la razón, que a algunos les ofenda la vista, que les
parezca un chiquero, una estridencia, pero su ausencia deja a la
ciudad muda.
Estoy muy cerca de mi destino, los saludos de los vecinos
son un breve movimiento de manos. El policía que resguarda
la entrada de la calle levanta la pluma y regresa la mirada a la
pantalla del celular.